Comentario
La crisis que se venía cerniendo sobre la arquitectura se desencadenó en la década final del siglo. En Europa, desde diferentes puntos, se plantean alternativas, pero ahora a un nivel global (el "Arts and Crafs" o las soluciones de Horta). En España se busca un estilo que encarne, nuevamente, las esencias nacionales, y ahora será a través del plateresco. José Urioste consigue el éxito, a pesar de que antes el neoplateresco había tenido unas apariciones esporádicas. Proyecta el Pabellón de España para la Exposición de París de 1900; el arquitecto funde en él acertadamente una serie de edificios españoles del periodo renacentista, en especial el Palacio de Monterrey y la Universidad de Alcalá, siendo premiado y encomiado por la crítica internacional. La obra estaba concluida en 1898 y no sería extraño que parte de la trascendencia que tuvo dicha obra y su influencia posterior tuviera que ver con la situación española después del desastre del 98, pues, al fin y al cabo, el plateresco se identificaba con el esplendor de los Austrias. Continuador de este sentimiento de revalorización de la arquitectura de nuestros mejores momentos políticos, le tocó el turno al Barroco (que por lo demás era el único estilo que faltaba por recuperar). Vino de la mano de Eduardo Reynals y Juan Moya, este último autor de la casa del cura de San José (Madrid).
Ninguna de las dos opciones trajo la solución esperada. Ya en el 900 el modernismo fue recibido como respuesta definitiva, pero en realidad se convirtió en el epígono de una época. Los estilos, como otros acontecimientos, no se pueden emparejar con los ciclos cronológicos. La renovación tan deseada llegó entrado el siglo XX, pero también alcanzó a España tardíamente, por cuanto las experiencias regionalistas hicieron que se desviara, otra vez más, de la ruta emprendida.